Ejé, han pasado ya semanas desde que estoy en casa. No voy a clase porque la pierna me lo impide. Sé que cuando vuelva, tendré que ponerme al día, pero de momento voy a disfrutar en casa sin hacer nada.
Jorge... Bueno, Jorge sigue ahí. Sin saber lo que quiere, sin saber si me quiere. Me preguntó hace tiempo que cuál era mi sueño y yo, bromeando, le dije que me besasen bajo la lluvia. Se me quedó mirando y me sonrió, me dijo que quería que empezase a llover. Juro que yo estaba temblando más que cuando la de matemáticas me saca a la pizarra. Estábamos él y yo solos. No había nadie más, él y yo. Me miraba, sonría y no aguantaba que mis ojos se clavasen en los suyos, siempre los apartaba mirando a otro sitio. Podría haber reventado los índices de la felicidad. Me besó, le besé. Nos besamos. Y no llovió. Se tenía que ir y yo me quedé mirándole, esperando que se quedase más tiempo. Lo hizo. Me acariciaba, me besaba, me quería. Le quería, le quise, le volví a querer. Y yo me moría de miedo. Sabía que eso no iba a pasar nunca más. Sabía que era él. Le conté que tenía miedo, que yo para él era sólo una más. Me lo negó, me dijo que sólo me quería a mí. Y yo... le creí.
Sentada, observé como se iba. Con la BlackBerry en la mano, dándose la vuelta sonriéndome, diciéndome que me quería. Con las muletas, llegué a casa, lentamente. Recordando lo que había pasado. Qué había pasado.
Recuerdo que al día siguiente estuve intentando no acordarme de lo que había pasado. Sabía que si lo hacía, iba a morir poco a poco. Supongo, que debería estar orgullosa de lo que había hecho, pero no signifiqué nada para él. Un lío más. Una más.
A día de hoy, puedo decir, que estoy en proceso de desenamoramiento. Viendo 'Mujeres y hombres y viceversa' en la tele. Y con una foto suya en el móvil. La veo y recuerdo todo. El hospital, él, preocupado por mí, el miedo que sentí cuando creí que había muerto, el beso, las caricias, y no hemos vuelto a hablar. Le bloqueé en chat para dejar de ver su nombre.
Creo y sé que mi vida podría haber sido increíble si no fuese yo. Es decir, si estudiase más, si comiese, si tuviese a ese alguien que me hace temblar cada vez que le veo. Sí, he dicho si comiese. Hace tiempo he dejado de comer. No por anorexia ni nada, es, tan solo, que no me apetece. No tengo hambre. Se me notan los huesos y cuando me veo delante del espejo, me doy asco. Creo que la adolescencia ha acabado conmigo. O yo misma. Paso de todo y sé que lo que hago está mal. Mamá no para de obligarme a comer, a sonreír, a estudiar. Pero claro, no puede obligarme. Soy independiente.
Echo de menos la Lucía llena de energía, que cuando notaba que el mundo se le venía encima, sonreía y le espantaba. La fuerte, la madura, la inmadura y la débil. Era capaz de ser todo eso a la vez. Ahora no soy nada. Una chica destrozada encima de un sofá, un martes cualquiera.
Arancha viene a casa todas las tardes y se dedica a hacerme compañía. Desde que pasó lo del accidente, la aprecio más. Sé que si le hubiera pasado algo, yo moriría. Me hace dibujos y me roba las muñecas.
Amanda también viene, y me explica lo de clase. No suelo prestarle mucha atención, me aburre. Jorge ha desaparecido, como ya os dije, y... mi mejor amigo el otro día me besó.
Mis amigos suelen decirme que esto es sólo una mala época, que todo se va a arreglar. Seguramente. Pero de momento, yo sigo en un martes 13, bien jodida.
- Rubia, que después de un martes 13, viene un miércoles 14. - Me dijo mi mejor amigo, Miguel.
- Miguel, llevo en un martes 13 desde que pasó todo esto.
- Ya, bueno, pero yo estoy contigo en el martes 13. Acuérdate.
- Me acuerdo, gracias.
- Te quiero.
- Y yo. - Dije quitando el bloque de dibujos que Arancha había dejado encima de la mesa.
Os podéis imaginar lo que vino después. Beso, miedo, y más problemas para mi lista.
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